martes, 24 de septiembre de 2013

Érase una vez en Anatolia

Había una vez una niña llamada Ana. El señor y la señora Tolia eran sus padres, ambos arqueólogos.
Ana, estaba acostumbrada a recorrer el mundo en busca de ciudades y civilizaciones perdidas.
Un día, mientras estaban de expedición en la antigua ciudad de Septra en Egipto, Ana encontró un pasadizo un tanto pequeño.
Llamó a sus padres, que se acercaron de inmediato.
"Ana, creo que acabas de realizar un gran hallazgo" - digo su madre.
"Pero este pasadizo es tan estrecho y pequeño, que no se si podremos averiguar que hay al final" - comentó su padre.
- Tengo una idea, ¡Yo entraré en él! Soy pequeña y quepo perfectamente - gritó Ana emocionada.
Sus padres no estaban muy convencidos en un principio, pero contaban con un equipo muy sofisticado y fueron conscientes de que Ana no corría ningun peligro.
Ana entró en el pasadizo, dió cuatro pasos al frente y se quedó a oscuras, encendió la linterna de su casco y continuo caminando.
El pasadizo era de piedra caliza como las pirámides y comenzó a ver jeroglíficos, en perfecto estado y a todo color.
- Mis padres van a ganar un buen ascenso con este descubrimiento - iba pensando Ana.
Al llegar al final del estrecho camino se adentró en lo que pareciá una gran estancia, con la linterna de su casco vió una hilera de espejos y recordó el antiguo truco de los egipcios para iluminar habitaciones, colocó el primer espejo frente a otro y ¡Voilà! se hizo la luz.
A la niña se le quedaron los ojos como platos, ante ella se mostraba una enorme ciudad de juegos, toda hecha a una escala más pequeña. ¡Era una ciudad de niños de más de 3000 años de antigüedad!
Cuando volvió con sus padres y contó al resto del equipo lo que había visto, nadie tuvo ninguna duda en dar nombre al hallazgo "Ana Tolia, la ciudad de los niños".

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