martes, 29 de octubre de 2013

Cuando la mamá de Sofía empezó el colegio...


Cuando la mamá de Sofía empezó el colegio, tenía 5 años.
El primer día estaba muy contenta porque tenía muchas ganas de aprender los números y las letras.
Su profesora se llamaba Ana y era muy buena, tanto como Amparo.




Llevaba puesto un mandilón rosa con un conejito dibujado y su madre le bordó las letras de su nombre, Patricia.
Lo que más le gustaba a la mamá de Sofía, era contar cuentos, los cuentos que su abuela Enriqueta le contaba cuando dormían juntas.
Sus favoritos eran “El caracol y el lobo” y “La gallinita Rubia”. Y siempre que la profe le dejaba, los contaba en clase.






En el colegio conoció a sus mejores amigas, Aleida y Cristina, con las que hacía los deberes y jugaba después del cole. Todavía son amigas.

El día que más le gustó a la mamá de Sofía, fue un día en que todos los niños escribieron mensajes de Paz y los metieron en muchos, muchisímos, globos de colores.
Como la mamá de Sofía y sus compañeros todavía no sabían escribir, hicieron dibujos.
Luego, salieron todos de clase, cada niño y niña con un globito en la mano, y al salir al patio los soltaron todos juntos.
El cielo se lleno de colores y todos los mensajes de Paz llegaron muy muy alto.




En el cole, la mamá de Sofía, aprendió muchas cosas, los números, las letras, muchas canciones y a portarse muy bien.



Fin


viernes, 25 de octubre de 2013

El gatito imprudente

Había una vez, un gatito que se creía muy valiente y era capaz de desafiar a cualquier carretera, jugaba a atravesarlas sin ser atropellado.
De valiente que era, era... ¡¡imprudente!!
Sus padres asustados le decían: “¡¡No cruces la carretera tan confiado, que un día te va a pillar un coche!! ¡¡Mira a los dos lados antes de cruzar y siempre por el paso de cebra!!”
-“No os preocupeis, soy tan valiente y listo que nunca me pasará nada” - decía el gatito.
Pero un día se pasó de valiente, y fue a cruzar, ni más ni menos, que la M30 de Madrid, una de las carreteras más grandes y con más carriles. Ese día, se le olvidó ir al paso de cebra y mirar hacia los lados antes de cruzar, y entonces le atropellaron.
Llegó a prestarle auxilio la ambulancia Ninonino.
“Ninonino, ninonino... ¡Ay, gatito!¿Pero qué es lo que ha pasado?” - la dijo la ambulancia.
“Cometí el error de creerme muy listo y no cruce bien la calle” - se quejaba el gato muy dolorido.
“Hoy has tenido suerte, te llevaré a médico y pronto te curarás, pero has de ser más prudente si papilla de gatito no quieres acabar” - le decía muy sería Ninonino.
Desde el accidente, no volvió a cruzar una carretera de forma imprudente.
En paso de peatones, arriba y abajo, a derecha e izquierda el gatito siempre cruzó de la mejor manera.

Dos versiones del mismo cuento: Ozzy, el gato y Tripi, la gaviota

1er Cuento (Conflicto):

Había una vez, un gato callejero que vivía en el puerto de la ciudad de Bocarte, se llama Ozzy.
Bocarte era una ciudad pequeña que se dedicaba principalmente a la pesca.
Ozzy dedicaba la mayor parte del día a conseguir alimento para su numerosa familia gatuna. Se tiraba al mar una y otra vez, en busca de algun distraido pez que cayera bajo sus garras de gato.
A unas pocas manzanas de allí, vivía una familia de gaviotas. Tripi era el padre, el único responsable de traer la comida a casa, desde que su mujer estaba incubando un nuevo huevo.
Un día Ozzy y Tripi coincidieron en el puerto para buscar sustento. La gaviota subida en lo alto de una farola miraba con recelo al gato. Ozzy, por el rabillo del ojo no se perdía detalle de cada movimiento de pájaro.
Ambos vieron una oportunidad única de atrapar un pez rechonchete que despistado nadaba justo debajo de sus pies.
El gato sacó sus uñas a la vez que gritaba "¡El pez es mío, pájaro loco!", la gaviota afiló su pico mientras elevaba la voz "¡Fuera de aquí, gato perezoso!" y se lanzaron al agua.
El pez que vió las intenciones de los dos padres de familia, nadó tan rápido como podían sus aletas y desapareció mar adentro.
La gaviota y el gato perdieron la oportunidad de pescar una buena pieza por su egoismo, algo que tras varias trifulcas, cambiaría.


2o Cuento (Colabración):

Había una vez, un gato callejero que vivía en el puerto de la ciudad de Bocarte, se llama Ozzy.
Bocarte era una ciudad pequeña que se dedicaba principalmente a la pesca.
Ozzy dedicaba la mayor parte del día a conseguir alimento para su numerosa familia gatuna. Se tiraba al mar una y otra vez, en busca de algun distraido pez que cayera bajo sus garras de gato.
A unas pocas manzanas de allí, vivía una familia de gaviotas. Tripi era el padre, el único responsable de traer la comida a casa, desde que su mujer estaba incubando un nuevo huevo.
Un día Ozzy y Tripi coincidieron en el puerto para buscar sustento. La gaviota subida en lo alto de una farola miraba al gato. Ozzy, que se dió cuenta, le pidió que bajara:
"Buenos días, gaviota, estoy aquí para conseguir comida para mi familia, podríamos ser socios, seguro que entre los dos, no se nos escapaba ni un pez, tengo una idea..."- dijo Ozzy.
La gaviota escuchó atenta e inmediatamente pusieron en marcha el plan.
El gato se lanzaba desde el puerto al agua y asustaba a los peces que salían despavorizos en dirección contraria, la gaviota aprovechaba confusión y los atrapaba con su pico. Despues de cada jornada laboral, los socios se repartían los peces a partes iguales.
Fueron siempre muy amigos y gracias a su colaboración jamás faltaron los peces en sus hogares.

sábado, 19 de octubre de 2013

Las redacciones de Paula y Juan

Había una vez un niño llamado Juan y una niña llamada Paula, iban juntos al cole y vivían en la misma calle.
Un día en clase de sociales, su profesora, la señorita Lourdes, les pidió que hicieran una redacción con el tema "Qué quiero ser de mayor".
Cuando sonó el timbre, cogieron sus mochilas y salieron del cole. La mamá de Paula y el papá de Juan les estaban esperando en la puerta para volver juntos a casa.
Mientras caminaban, iban comentando los deberes que les habían puesto.
- ¡Pues yo voy a ser piloto! dijo Paula.
Juan miró a Paula muy sorprendido.
"¿Y no te da miedo volar tan alto?" preguntó.
- No, me gustaría ver todo desde ahí arriba, y subir y bajar. Será como montar en un pájaro gigante. ¿Tú que quieres ser, Juan?
"Yo quiero ser bombero. ¡Ah! Y tambien papá" dijo Juan con una sonrisa se oreja a oreja, mirando a su papá.
Ese día por la tarde, hicieron los deberes juntos. Paula escribió sobre porque sería piloto y Juan sobre ser bombero y también papá.
Al día siguiente, la señorita Lourdes leyó las redacciones y se emocionó muchísimo con la de Juan y sus ganas de ser bombero y papa, para cuidar de sus bebés. Tambien le gustó la de Paula y su deseo de pilotar.
La maestra, leyó las dos redacciones en voz alta a toda la clase, y así iba contando todo a lo que Juan estaba dispuesto a trabajar, desde apagar fuegos y rescatar gatitos de los árboles, hasta cambiar pañales, hacer biberones, dar baños y vestir y calzar a sus futuros hijitos.
Leyó tambien todas las aventuras que Paula vivirá a bordo de su avión supersónico y todos los paises que visitará, la gente que conocerá y todas las cosas maravillosas que descubrirá.
Todos los niños y niñas de la clase, felicitaron a Juan y a Paula por su redacción y la señorita Lourdes les puso un 10 a ambos.

Pies descalzos

Sofía es una niña de 3 años que vive en Madrid con sus padres. Le gustan mucho los libros, los bebés, el chocolate y bailar a todas horas; baila tangos, salsa, rumba... ¡y menea su melena al ritmo de rockandroll! Pero lo que no le gusta nada es ponerse las zapatillas.
Un día Sofía se despertó, se levantó, y cuando fue a ponerse las zapatillas... ¡habían desaparecido! Le pareció una cosa genial, ya no llevaría las pesadas zapatillas que tanto le molestaban. Se pasó todo el día sintiendo la libertad en sus pies, corrió de un lado a otro de la casa, se subió a todas las sillas, saltó por encima del sofá, dió patadas a todas las pelotas que había en la casa, pisó todas las miguitas de pan que había por debajo de las mesas, ¡fue un día fenomenal!
A la hora de irse a la cama, Sofía se puso el pijama y mientras se lavaba los dientes, notó como el agua del grifo le mojaba un poco los pies, provocandole una sensación muy placentera, cuando terminó, cerró el grifo y se disponía a meterse en la cama cuando ¡plas! ¡crash! ¡cataboom! Sofía se resvaló, y se cayó a suelo.
¡Cuando daño se hizo en el culete!
Se puso en pie, dió dos pasos y ¡paff! una puerta se puso en medio y Sofía le dió una patada. ¡Cuánto daño se hizo en los deditos!
Su mamá fue corriendo para ver que había pasado, y descubrió la escena.
Sofía tenía el culete muy dolorido. Cuando mamá le miró los pies, vió que no tenía las zapatillas.
Los pies estaban muy sucios, asique su mamá decidió lavarselos y mientras lo hacía le iba explicando a Sofía que las zapatillas son muy importantes. Cuidan de los pies, hacen que estén calentitos y limpios, y les protegen de los golpes.
Sofía desde aquel día pensó que las zapatillas era como superhéroes, siempre están preparadas para proteger.

Phanki

Había una vez en Africa occidental, una gran familia de elefantes. Vivían todos juntos en manada.
El elefante más pequeño de todos, se llamaba Phanki. Le gustaba mucho jugar con sus hermanos y primos en una charca cercana, y mojar con su trompa a todo el que se le acercaba.
Cada poco tiempo, su familia se cambiaba de casa, por lo que hacían grandes caminatas por la sabana. Mientras caminaban, le gustaba coger con su trompa la cola de su abuela para no perderse o retrasarse.
Por las noches cuando descansaban y hacía frío, se acurrucaba entre sus papás y se dormía escuchando los sonidos de los animales nocturnos.
Pasaron los años y Phanki se convirtió en una preciosa elefanta joven. Ya no era la más pequeña, pero seguía jugando con sus primos en la charca y de sus hermanos, era la que más lejos lanzaba el agua con su trompa.
Ayudaba a todos los pequeños elefantitos a bañarse y les acercaba a los árboles para que pudieran recoger sus frutos. En las largas caminatas siempre se ofrecía para que le agarraran el rabito y así no se perdía ninguno. Sus padres se sentían muy orgullosos. Phanki siempre conseguía hacer felices a todos a su alrededor con su alegría.
Era la elefanta más querida de toda Africa.

Los martes en familia

Había una vez, en un bloque de viviendas de Alcorcón, dos familias que compartían piso.
Marcelo y Mixo, eran los padres. Las mamás eran Paz y Lúa. Las hijas Sofía y Wanda. Y los bebés Miguelito y Misifú.
Como habreis podido averiguar, Mixo, Lúa, Wanda y Misifú era una familia de lindos gatitos. Todos en armonía vivían bajo el mismo techo.
Y cada día, los miembros de las familias hacian sus tareas.
El papá Marcelo trabajaba de electricista y se levantaba muy temprano para ir a trabajar, siempre le acompañaba Mixo por si necesitaba ayuda con los cables, las herramientas...
Paz y Lúa, las mamás, hacía unos meses que habían tenido a sus bebés, Miguelito y Misifú, pero ya se habían reincorporado al trabajo totalmente recuperadas.
Paz era enfermera y hacía el turno de noche en el hospital de la ciudad; Lúa le ayudaba con los enfermos que más cariño necesitaban, siempre se dejaba acariciar y ronroneaba con los pacientes más débiles.
Por las mañanas llevaban al colegio a sus hijitas, Sofía escondía a Wanda en su mochila y salvo que se lo pidiera nunca asomaba el hocico por la cremallera y se quedaba dormida al calor de la clase.
Miguelito y Misifú, los bebés, acudían a la guardería local, allí cantaban, comían y dormían la siesta hasta que los papás les recogían muy contentos.
A la hora de cenar, Marcelo y Mixo, preparaban deliciosos manjares para sus retoños. La especialidad de Marcelo era la pizza, siempre  que la hacía de atún, los gatitos se relamian.
Cuando se iban a la cama, Paz por teléfono les contaba los cuentos más alucinantes para soñar con aventuras toda la noche.
Así, repartiendo las tareas, lograban llevar una vida muy feliz. Cuando alguien les preguntaban como lo hacían, ellos siempre contestaban que con mucho mucho amor.

Las tres erres

Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Pachamama, tres hermanas que vivían solas en su humilde casita.
La pequeña de ellas era la más lista, se llamaba Redu; la mediana respondía al nombre de Reuti y la mayor era conocida como Reci.
En el pueblo las consideraban unas chicas un tanto raras, y es que las hermanas no sabían como relacionarse con sus vecinos y vivían, su incomprendida vida, solas.
Un día, pasó por su puerta un anciano, Redu vió que iba muy cargado y se ofreció a ayudarlo.
"Buenos días, señor, permítame que le ayude - dijo Redu - ¿Pero como es que va tan cargado? ¿De verdad necesita todas esas cosas?"
- Bueno, Redu, llevo unos días pensando que quizás debería REDUCIR las compras, porque no necesito tantas cosas, pero no me atrevía - dijo el anciano.
Y se fue a su casa pensando en el encuentro con Redu.
Al día siguiente, volvío a pasar por la casa de las hermanas, cargado con todas las cosas que tenía en casa y que no sabía que hacer con ellas.
"¡Hola señor!" - dijo Reuti.
- Buenos días, estaba buscando a Redu, ayer me dió buenos consejos y quería pedirle otro - comentó el anciano.
"Siento decirle que ha salido a hacer recados, yo soy su hermana Reuti, yo podría serle de gran ayuda, cuénteme...".
- Pues al llegar a casa me he dado cuenta de que llevo años comprando muchas cosas que no siempre llego a usar; y otras cosas las he usado tanto que ya no se que puedo hacer con ellas - se explicaba el anciano.
"Creo que debería darle una segunda oportunidad a muchas cosas, podría darle otra vida, otro uso..." decía Reuti.
- ¡Si, si, podría REUTILIZAR muchas de estas cosas! - Exclamó el anciano- Y mi otras dárselas a mi hijo, pero algunas no les veo salida, quizás tenga que tirarlas.
"Buenos días, no he podido evitar oiros" - dijo Reci - Para tirar las cosas a la basura, es de inteligentes hacerlo siguiendo un orden.
- Tienes razón, RECICLAR es la mejor opción - comprendió el anciano.
Ese día el anciano comenzó a contar entre sus vecinos, las ideas que las hermanas le habían dado. Comentó como para no ir siempre cargados, había que pensar bien las cosas que se compraban y así REDUCIR, tambien les comentó lo mucho que le había ayudado REUTILIZAR muchas de sus cosas, regalandolas o dandoles otro uso, y tambien les enseñó a todos a RECICLAR separando la basura en plástico, papel, vidrio y orgánico.
Las tres ERRES como empezaron a llamarlas en el pueblo, fueron desde entonces muy queridas. Los habitantes de Pachamama comprendieron que REDUCIR, REUTILIZAR Y RECICLAR eran muy importantes.

El regalo más especial de Pedrin

Había una vez un niño que se llamaba Pedrin, vivía en una casa muy grande, llena de muebles, cuadros, cortinas, alfombras... Su habitación era muy grande y tenía montones de juguetes por todos lados.
Se acercaba su cumpleaños y como todos los años, siempre pedía juguetes nuevos. No sabía pedir otra cosa, porque cada vez que se aburría de alguno lo rompía, pensando que ya no le hacía falta, que ya conseguiría otro...
Llegó el gran día y sus padres le organizaron la mejor de las fiestas, acudieron todos sus familiares y amigos y cada uno de ellos llevó una caja con un regalo.
Todos menos su abuelo José, que cansado de que su nieto fuera un caprichoso y un poco egoísta, llevó su regalo sin envolver y se aseguró de que no fuera un simple juguete.
Le llevó a Pedrin un perrito. A sus padres les pareció muy bien, porque ya no sabían que hacer para que Pedrin se portara mejor.
Cuando Pedrin lo vió, se sorprendió mucho, ¿qué iba a hacer él con un perro? Un perro necesitaba que lo cuidaran, comer, beber, salir a pasear... el no quería eso, ¡él quería que le cuidaran a él!
Esa noche el perrito se metió con él en la habitación a la hora de dormir. Pedrin intentó echarlo, pero fue imposible, el cachorro le había cogido cariño y quería estar con él a todas horas.
Cuando se despertó por la mañana se dió cuenta de que el cachorro estaba esperando a que se despertara. Bajaron a desayunar y le dió parte de su leche al perrito, que muy contento se lo agradeció con un lametazo.
Al volver del cole, el perrito le estaba esperando en la puerta moviendo el rabo. Pedrin no pudo resistirse más y le dijo:
"Bueno, si te vas a quedar por aquí, habrá que ponerte un nombre, te llamaré Ron" - dijo Pedrin-.
Así con el paso de los días, vió como su amistad con Ron crecía y crecía. Pedrin se dedicaba al cuidado del perrito todos los días, le daba de comer, su bebedero siempre estaba lleno, le bañaba y le sacaba a dar un paseo todos los días.
El niño aprendió, gracias al regalo de su abuelo José, que para ser feliz no hace falta tener muchas cosas, sino tener las más importantes.
Pedrin se hizo tan responsable, que hasta regaló parte de sus miles de juguetes entre los niños de su colegio y jamás volvió a romper ninguno.