Un lobo corría veloz por un campo, de repente se paró y oyó
una voz que decía: ¡Lobo, lobo!
-¿Quién eres? dijo el lobo.
“¡Qué me digas donde vas tan deprisa!” dijo el caracol.
Voy a la ciudad para comer.
“Allá voy yo también” dijo el caracol.
Extrañado el lobo le dijo:
-A este paso no llegarás antes de un año y te morirás de
hambre en el camino.
Respondió el caracol:
“¿Qué te crees tú? ¿Apuestas la comida a que llegó antes que
tú?”.
-¡Queda apostada! dijo el lobo.
“Cuando yo diga tres
nos pondremos en marcha”.
Entonces el caracol, aprovechó un en que el lobo bajó la
cola y deprisa se subió sobre ella, cuando estuvo bien instalado grito:
“¡Una, dos, tres! ¡Adelante!”
Echó el lobo a correr, llevando en la cola al caracol.
Cuando llegó a las murallas de la ciudad, empujó la puerta sin lograr abrirla.
Entonces, malhumorado, llamó:
-¡Guardián, guardián! ¡Ábreme la puerta!
“Ten un poco de
paciencia, voy a buscar la llave y enseguida abriré” dijo el guardián.
Mientras tanto el caracol se bajó deprisa de la cola del
lobo y entró por debajo de a puerta.
Cuando el lobo entró se encontró frente al caracol, el cual
le dijo con sorna:
“Has venido muy despacio. Perdiste la apuesta y tienes que
pagar la comida”.
La astucia del caracol valió más que la rapidez del lobo.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, quién no
levante el culo… ¡se le queda pegado!
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